Por Marcelo Damiani
PARA LA GACETA - BUENOS AIRES
“Primero trata de ser algo, cualquier otra cosa. Estrella de cine-astronauta. Estrella de cine-misionera. Estrella de cine-maestra jardinera. Presidente del mundo. Fracasa miserablemente. Es mejor si fracasas rápido, digamos a los catorce años. Una rápida desilusión crítica es necesaria para que a los quince puedas escribir largas series de haikus sobre el deseo frustrado. Es un estanque, un capullo de cerezas, un rozar del viento contra el ala del gorrión que va hacia la montaña. Cuenta las sílabas. Muéstraselo a tu mamá. Ella es dura y práctica. Tiene un hijo en Vietnam y un marido que quizá la engaña... Mira rápidamente lo que escribiste y después te mira de nuevo, pálida como una dona. “¿Qué te parece si vacías el lavaplatos?”, te dice. Mira para otro lado... Este es el dolor y el sufrimiento necesario, pero sólo para principiantes”.
Así empieza Cómo convertirse en escritora, uno de los grandes cuentos de Autoayuda (1985), el primer y fundamental libro de Lorrie Moore, en el que parodia y se burla con altura de los libros de autoayuda, que ya en esa época estaban invadiendo las librerías de todo el mundo con pretensiones literarias.
Oriunda de Green Falls, Nueva York, donde nació en 1957, Marie Lorena Moore es una de las mejores escritoras que ha aparecido en los EEUU en mucho tiempo, especialmente debido al tono, entre evocativo y duro, que ha logrado imprimir a sus ficciones, y del cual el párrafo citado es tan sólo un breve ejemplo.
¿Quién se hará cargo del hospital de ranas? (1994), su segunda novela, recientemente reeditada en castellano, está protagonizada por Berie Carr, una madura profesional que durante un viaje a París con su esposo recuerda su adolescencia, y, sobre todo, a su inseparable amiga de entonces: Sils Chaussée. Berie rememora esa relación simbiótica tratando de reconstruir un mundo ya irrecuperable, en parte para huir de su presente desencantado. Pero como Moore es una humorista inteligente, la historia huye de la nostalgia fácil y se concentra en traducir a la lengua del relato la felicidad perdida.
Berie, como no podía ser de otra forma, es parte de una familia disfuncional. El padre es un hombre distante al que ella le escribe en una tarjeta: “Tú has sido como un padre para mí”. La madre le cobra 65 centavos cada vez que la lleva al trabajo y su hermana adoptiva es tan gorda que la avergüenza. Berie entonces se recuesta en Sils y su aparente seguridad para moverse en un mundo que la ignora. Su amiga, además, tiene mucho éxito con los chicos, y a Berie no le queda otra opción que escudarse en el cinismo y el silencio.
Así, el libro discurre sobre esas amistades que parecen eternas y que sólo pueden forjarse durante la adolescencia, de las cosas no dichas que nos unen y desunen con los amigos del pasado, quienes con el tiempo se convierten en los protagonistas de las historias de nuestras vidas.
Luego de la presentación del universo ficcional que la sostiene, la narración fluye como una suerte de estado de conciencia controlado, pero también como explicación del personaje de mujer dura que Berie, ya adulta, se ha construido para sí misma. El volumen, por otro lado, es un muestrario sutil de algunos rasgos que caracterizan el estilo Moore: Su humor e ironía casi constantes, el gusto por los juegos de palabras, su pesimismo en cuanto a las relaciones de pareja, su poca confianza en los lazos familiares y su miedo a la soledad y el dolor.
Hay un leve dejo de tristeza que se va acentuando hacia el final y que acerca esta apuesta emotiva de la autora a su brillante primera novela: Anagramas (1986). En ese tour de force seudo-borgeano, tal vez su obra maestra, la trama gira en torno a un hombre y una mujer que cambian de roles mucho más de lo permitido por las rígidas leyes del realismo literario imperante en el mundo que nos gobierna. Es como si Moore (Diosa perversa) no los dejara seguir adelante con sus vidas, sino que los hiciera probar una y otra vez con distintas alternativas que se excluyen mutuamente, generando un malestar parecido a la ansiedad y el vacío que producen los silencios después de un buen chiste.
Alguna vez el gran Jerry Lewis dijo que las risas y las lágrimas no están tan lejos unas de otras; es probable que Moore esté de acuerdo. Por eso, como muchos grandes autores de todos los tiempos, ella es capaz de hacernos sentir que el mundo es una broma pesada, de mal gusto, y que a pesar de ello vale la pena reírse de la ironía universal; una buena sonrisa seria, triste, reflexiva, estoica, es uno de los mejores regalos que suele deparar la literatura de Lorrie Moore.
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Marcelo Damiani - Novelista, crítico, docente.